Parroquia San Francisco y San Eulogio
La iglesia de San Francisco fue parte del antiguo convento de San Pedro el Real, fundación franciscana, instituido por el rey Fernando III, el Santo, en el año 1246.
Al igual que en el caso de San Pablo, se le puso el nombre de San Pedro, por haber sido recuperada la ciudad de Córdoba en el día de la festividad de ambas columnas de la Iglesia. Sin embargo, pronto se impuso la actual denominación, modo en que el pueblo manifestaba su reconocimiento a la labor de los “frailes menores”. La adición de San Eulogio testimonia la fusión con la desaparecida parroquia de San Nicolás y San Eulogio de la Ajerquía, que se encontraba en la Ribera.
El que fue convento de San Pedro el Real se erigió en la calle de la Feria, en un espacio que entonces separaba la Medina (ciudad alta) de la Ajerquía (ciudad baja). La comunidad conventual pronto se convirtió en núcleo que atrajo a numerosos pobladores que acudían al entorno de la comunidad franciscana, no sólo por el agua que ponían a disposición pública, sino por la actividad caritativa que ejercían, la asistencia a los enfermos y otras tareas sociales y espirituales.
El prestigio de la comunidad alcanzó su plenitud en los siglos XVII y XVIII, cuando muchas personas notables comenzaron a manifestar su deseo de enterrarse en el recinto. Todavía hoy se pueden apreciar los frontales de altares con las inscripciones de las diferentes familias en el interior del Templo.
En 1812 las Cortes de Cádiz suprimieron muchos monasterios de la ciudad. La desamortización de 1836 produjo el expolio del convento de San Pedro el Real, del que aún persisten hoy dos crujías del claustro y la Puerta del Compás. A pesar de todo, esta parroquia conserva uno de los más ricos patrimonios artísticos de la ciudad.
EXTERIOR
La estructura exterior del templo es de sillería de piedra, con grandes contrafuertes en la cabecera y muro colindante a las capillas. Junto al ábside izquierdo se sitúa la torre y la espadaña.
El Compás precede, como en todos los conventos, a la iglesia. Nos lleva a la portada del templo el denominado “Jardín de los plateros”. En él nos encontramos con una fuente gallonada unida al muro y coronada por una reproducción en azulejos de la Virgen de los Plateros de Valdés Leal, en homenaje al gremio de los plateros de Córdoba, que durante los siglos XVI-XIX se reunieron en San Francisco. La portada del compás fue realizada hacia el 1782, en sustitución de otra más antigua. Muestra un cuerpo bajo a modo de arco de triunfo romano muy sencillo, y un cuerpo alto con elementos típicamente barrocos, estando coronada por una imagen de San Francisco.
La portada del templo fue recubierta a comienzos del siglo XVIII de jaspe azul. Típicamente barroca, la remata una escultura de San Fernando. Para los muy observadores, aún se pueden descubrir en la piedra original restos de los escudos de armas del rey.
A la izquierda del templo, dos de las crujías del claustro del antiguo convento. Éste fue una construcción de finales del siglo XVII, cuando se derribó el anterior, bastante más pequeño, para realizar éste mucho más espacioso, debido al auge del convento, a la gran cantidad de frailes y novicios que en él vivían.
ESTRUCTURA
La primera impresión del templo, con su gran nave y bóveda, todos los altares y capillas, y el gran retablo del presbiterio, nos llevan necesariamente a pensar en lo que movió a realizar semejante obra: la grandeza de Dios, su Majestad ante nosotros, sus criaturas. Dentro de este Templo no sentimos todos muy pequeños.
Ésta es la única de las iglesias llamadas “fernandinas” que no responde a la estructura de tres naves sin crucero, ya que obedece a la tipología franciscana. La planta sigue el esquema de la arquitectura mendicante: una sola nave con crucero y cabecera de cruz latina, con capillas en el sector de la derecha (epístola) y altares en el lado izquierdo (evangelio).
Nada más adentrarse en el templo, impresionan las dimensiones de la nave, cubierta por bóveda de cañón con arcos dispuestos en sentido trasversal al eje de la nave. A los pies del templo se sitúa el coro, del que nacen unos brazos que recorren los laterales de la iglesia a modo de tribuna, hasta llegar al crucero. Excepto la capilla del ábside del Evangelio, el resto del interior del templo es completamente barroco, compuesto a base de arcadas de medio punto y cubierto con decoración de placados geométricos y vegetales de color gris azulado, típico ejemplo de la decoración cordobesa del siglo XVIII.
PRESBITERIO
El ábside central acoge el presbiterio. Se trata de una cabecera poligonal, aunque está cubierta por un gran retablo barroco.
Esta obra fue construida por Teodosio Sánchez de Rueda. Es una obra de madera de grandes dimensiones. Está constituido por un banco de gran altura, primer piso y remate, y verticalmente está seccionado en tres calles. El banco está conformado por ocho grandes repisas sustentadas por niños rollizos. La decoración en esta zona es de tipo vegetal y mucho más menuda que la de otras zonas del retablo. El primer piso está constituido por seis columnas salomónicas exentas, de capiteles corintios y dos estípites que rematan lateralmente este cuerpo. En la calle central hallamos el manifestador, coronado por un arco rebajado y flanqueada por dos columnillas salomónicas pareadas a cada lado; ante ellas se sitúan dos ángeles en oración. En este espacio podemos contemplar hoy la imagen de la Virgen de la Aurora, procedente de la antigua ermita de la Aurora, sita en la calle de la Feria, aunque en la actualidad sólo existe su solar. Esta imagen está entronizada y lleva al Niño sentado sobre las piernas, al tiempo que con la mano derecha prende el cetro. Su rostro es redondeado, con cejas finas y arqueadas. El pelo es de color castaño, ondulado y vuelto hacia la espalda, dejándonos ver los largos pendientes con los que está ataviada. Viste camisa, túnica y manto, y los pliegues de su ropaje son abundantes y movidos. La escultura se sitúa sobre una masa de nubes, flanqueada por un ángel a cada lado, con sus alas extendidas y un manto dorado que envuelve parte de sus rollizos cuerpos. Sus rostros son dispares; el que está situado en el lado derecho es de facciones poco estéticas y el del lado izquierdo es de rasgos algo más bellos. En el sector frontal de esa masa de nubes se disponen dos querubines, totalmente diferentes en su factura. En contraposición, el Niño Jesús es de cara agraciada y redonda, con finas cejas arqueadas, ojos y boca pequeños, pelo ondulado de color castaño y cuerpo rollizo, cubierto por un manto azul de plegado natural. La Virgen de la Aurora fue mandada ejecutar por los hermanos del Rosario de la Aurora, hacia el año 1716, pudiendo ser obra próxima a Alonso Gómez de Sandoval.
Sobre el manifestador se levanta una hornacina, profunda, de medio punto, con la rosca de su arco adornada por tres grandes tornapuntas; este arco está moldurado y descansa sobre ángeles. En las enjutas de la hornacina se dispone un ángel y, entre ambos, sostienen una corona. En este hueco luce hoy la imagen de un Crucificado, el Cristo de las Maravillas, perteneciente en su origen a la desaparecida hermandad de la Vera Cruz.
Las calles laterales de este piso portan una hornacina plana y poco profunda; en el sector derecho hallamos la imagen de San Francisco de Asís, contemplando la cruz y mostrando los estigmas, y en el lado izquierdo la de Santo Domingo. Las tallas de Santo Domingo y San Francisco se atribuyen a Teodosio Sánchez de Rueda. Su nota dominante es el hieratismo, la frontalidad y la falta de expresión en el rostro; no obstante, lucen una rica policromía en sus hábitos y en sus manos observamos un buen trabajo anatómico. Así mismo, pensamos que estas imágenes fueron construidas como complemento del retablo; tanto es así, que casi pasan inadvertidas para el espectador cuando contempla el conjunto del mismo. San Francisco y Santo Domingo aparecen juntos, testimoniando los sólidos lazos de fraternidad que unían ambas órdenes, a pesar de las controversias. Ambos se erigen en mantenedores de la Iglesia medieval, especialmente en Europa, donde estas órdenes siempre han ejercido un inestimable papel como defensoras de la fe cristiana y conformadoras de profundas raíces culturales.
La decoración de este cuerpo es más abultada que la existente en el banco; está compuesta por hojas de cardo, perejil y flores, que constituyen una gran mezcolanza y masificación de elementos jugosos. La decoración de los estípites está formada por rosetas. Este piso está rematado por un gran entablamento recortado, compuesto por doble arquitrabe, friso con elementos florales aplicados y cornisa que se eleva en su sector central produciendo un peralte, en cuyo intersticio se colocó una corona.
El ático del retablo se apoya sobre un gran entablamento que hace las veces de zócalo; sobre éste se dispone una sucesión de ángeles, que adoptan diferentes posiciones y provocan por ello un gran movimiento.
Este remate está fragmentado en tres sectores; en la calle central contemplamos un lienzo con marco mixtilíneo donde se representa al rey San Fernando. Dicha imagen de San Fernando está representada con el manto de armiño y el toisón de oro, como señor de las tierras conquistadas, que aparecen pintadas al fondo, como el Puente Romano y la Mezquita, actual Catedral. Al ser el programa iconográfico del retablo «la restauración de la fe», se colocó esta pintura de San Fernando en el centro del mismo, rey que instauró la fe católica en zona dominada por el Islam. Este marco está ornamentado con elementos vegetales, tornapuntas, veneras, etc., rematando todo en una gran concha central.
San Pablo y San Pedro en su Cátedra están situados en el ático del retablo y sobre el neto del banco, como era usual hacerlo en el siglo XVIII. San Pablo, a la derecha, guarda relación estilística con las tallas del primer cuerpo. Por su parte, San Pedro, en el lado izquierdo, se nos muestra como un hombre grueso y rudo, notas que se hacen predominantes sobre todo en su rostro. Ambos poseen la misma frontalidad y rigidez. Ambos fueron elaborados por Juan Bartolomé Prieto en 1720, maestro tallista vecino de Córdoba.
Todo el ático se encuentra gallonado y su ornamentación consta de grandes rosetas, de mayor tamaño en la base y más pequeñas en las cercanías del remate. El remate de la gran máquina es un cuerpo semicircular invertido, cuyo frente está adornado por una enorme plaza y su lomo con casetones rellenos de motivos florales. Sobre este cuerpo observamos una masa de elementos vegetales y florales, constituyendo así la unión del retablo con la cubierta del edificio. Este retablo posee un gran movimiento y riqueza en su concepción arquitectónica, pero ésta queda mermada por su rebosante ornamentación, tanto es así, que llega a ocultarla casi por completo.
En las paredes del presbiterio cuelgan varios lienzos. En la pared de la derecha, desde el fondo hacia afuera, nos encontramos primeramente con uno en el que se representa a Santo Domingo de Guzmán, de escuela cordobesa del siglo XVII. El cuadro lo presenta vestido con el hábito dominico, portando en su mano izquierda la cruz patriarcal de la Orden y en la derecha el evangelio y un ramo de azucenas, símbolo de la pureza. De su cintura se desprende un rosario, y a sus pies descansan el globo del mundo y un perro portando una antorcha encendida, completando los atributos iconográficos clásicos del santo y la orden dominica.
A continuación nos encontramos con una de las obras más importantes que se hallan en el templo: el lienzo de San Andrés Apóstol. El lienzo está totalmente dominado por la figura de San Andrés, que coloca su mano izquierda sobre la cruz en aspa, al tiempo que con la derecha hace un ademán de aceptación. La composición es muy original, los brazos del santo se disponen en la misma posición que el eje de la cruz aspada en la que fue martirizado, que aparece a su espalda.
La figura nos sorprende por su exagerado tamaño, resultando incluso desproporcionada en algunos de sus sectores; así, la cabeza es demasiado pequeña con relación al cuerpo y, sin embargo, los pies resultan demasiado grandes, aún cuando el cuerpo también lo es. El rostro del santo es muy realista, parece tomado de un hombre sencillo de la calle. El autor no idealizó en su factura, aunque, al mismo tiempo, le infundió enorme expresión en su mirada que se dirige al cielo. A su vez, las manos y pies nos muestran un perfecto reflejo de la anatomía y, al igual que el rostro, resultan reales. A sus pies se encuentra un libro, símbolo de su apostolado, y un pez que alude a la profesión que ejercía el santo antes de ser llamado por Cristo: pescador.
La luz penetra en el lienzo iluminando a San Andrés y dejando el fondo neutro en el lado izquierdo; en cambio, en el lado derecho apreciamos un paisaje inundado de luz y dominado por una fortaleza sobre una gran montaña rocosa, salpicada de vegetación y coronada por un cielo nubloso. Este pequeño paisaje está elaborado empleando una pincelada muy suelta.
La obra está firmada por Juan de Valdés Leal, cuya firma aparece en el ángulo inferior derecho del lienzo, y fechada en el año 1647, por lo que se considera la primera obra con fecha de este pintor.
Sobre éste podemos observar otro gran lienzo que representa a Santa Clara de Asís, hermana de Santa Inés, con la custodia en la mano. Ambas fundan las clarisas, tras haberse unido a San Francisco de Asís.
En la pared de enfrente, de dentro hacia afuera, se encuentra primeramente un gran lienzo de San Francisco de Asís, con sus ojos fijos en la cruz y mostrando los estigmas. Es obra anónima del siglo XVII. A su derecha, un gran cuadro que representa a San Cristóbal, de mediados del siglo XVII, de autor anónimo. En él vemos al santo ayudando al niño Jesús a cruzar un río, siendo ésta una iconografía de orígenes orientales. Sobre éste, y en último lugar, se halla otro lienzo llamado “Verdadero rostro de San Francisco Asís”. Muy oscuro, se representa con el hábito y con la capucha puesta. Se piensa que es el verdadero rostro del Santo.